Mitchele Vidal | @imagenesurbanas

sábado, 15 de diciembre de 2007

NIEVE EN LOS MÉDANOS

“Al norte del sur”. Así se llama una conocida canción de Franco de Vita, que dibuja con acierto donde estamos: al sur, pero mirando al norte, al menos en lo que a íconos e imágenes se refiere. Creo que la Navidad es la época donde esta afirmación se hace más presente.

Frente al mar Caribe y disfrutando del calor tropical matizado por una fresca brisa decembrina, por todos lados surgen renos, muñecos de nieve y pinos copiosamente nevados. Claro, como son de plástico, ese maravilloso sol que siempre nos acompaña no los derrite. Las fachadas de los edificios de vivienda, de oficinas y de centros comerciales se visten también de montones de lucecitas parpadeantes y enormes lazos de rojo escandaloso.

Pero desde hace 2 años, las alcaldías de Baruta, Chacao y Libertador han invertido cuantiosos recursos en darle a nuestra ciudad, algo más que arbolitos escuálidos y rollizos muñecos de nieve artificial. Yo lo celebro.

Copio abajo un interesante artículo de Javier Brassesco publicado en
eluniversal.com que resume con atinadas palabras el impacto que tienen estas intervenciones urbanas en nuestra ciudad según el punto de vista de tres conocidos expertos en el área.
Al final, mi humilde opinión.

“Expertos discrepan sobre los adornos navideños de la ciudad

Mientras algunos critican el acabado, otros rescatan el espíritu que reflejan. Desde una Hannia Gómez, a quien no le gustan nada, hasta un William Niño, que piensa que generan mucha alegría en los niños. Los adornos navideños que se han colocado en distintos puntos de la ciudad generan distintas opiniones entre los expertos.

Gómez, arquitecta que dirige Fundación para la Memoria Urbana, se queja sobre todo de la mala calidad de los mismos, tanto de los que se han colocado sobre el río Guaire como los que existen en Plaza Venezuela o Chacao: "Se quiere hacer mucho con pocos recursos y entonces se improvisa: se ven los tirros y los cables y se toman días en montar esas luces y luego en sacarlas, lo cual va en contra del objetivo primario, que debería ser festejar".

Y además aprovecha la ocasión para protestar por algo que viene denunciando desde hace años y que no permite que en Caracas se sienta la Navidad: la excesiva publicidad: "Una vez pasé una Navidad en Madrid y allí bastaba con poner unos farolitos y toda la ciudad parecía una pesebre, pero aquí, para "gritar" más alto que la publicidad, hay que hacer aparatosos montajes y por eso surgen esos esperpentos".
Aclara que está de acuerdo con que se decore a la ciudad para la Navidad, pero no de la manera en que se está haciendo, y lanza así una idea: "En Torino, por ejemplo, se le encarga a varios artistas para que presenten obras lumínicas, que duran lo que dura la Navidad, cada año son diferentes y concitan mucha atención. Podría hacerse algo así".

La urbanista María Isabel Peña, por su parte, considera que es muy interesante que se haya decidido iluminar el río Guaire, aunque ella eliminaría lo figurativo. También en Chacao cree que, en lugar de haber utilizado la figura de Pacheco, hubiera sido más apropiado iluminar el municipio con formas abstractas.
Igual que Gómez, también cree que a la hora de diseñar estos adornos debió haberse trabajado con artistas, de modo que el diseño de las figuras (si finalmente se iban a inclinar por lo figurativo) mostrara algo más de tino.

William Niño, arquitecto y crítico de la ciudad, no se muestra esta vez tan crítico: antes que mostrarse excesivamente severo en cuanto a la terminación de los adornos navideños, prefiere pensar en la alegría que los mismos producen en los niños.
Piensa además que, independientemente de las críticas, el Guaire ha recuperado su valor iconográfico. La intervención de Las Mercedes y Los Caobos le impacta por su dimensión, y espera que otra vez vuelvan las aves y los caimanes de luces al Jardín Botánico. También tiene la esperanza de que la plaza O'Leary, un punto estratégico de la ciudad, no sea olvidada a la hora de los adornos de Navidad.”

Yo estoy de acuerdo con Hannia en que no hay quien compita con las enormes vallas publicitarias y, por si fuera poco, con la “Navidad corporativa”, esa cantidad de arbolitos y nacimientos decorados con logotipos bancarios, pero también con William. Definitivamente creo que le dan alegría y color a nuestra ciudad.

Las olas azul y verde sobre las que navegan peces brillantes que acompañan a caimanes inofensivos; caracoles e insectos gigantes, me ayudan a pensar que es posible rescatar la pureza que alguna vez tuvieron las sepias aguas del río Guaire.
Ese Pacheco enorme que riega miles de flores metálicas sobre el distribuidor de Altamira, me luce muy kitch y fuera de escala, pero he visto más de una sonrisa dibujada en el rostro de los que padecen a diario el tráfico de tan congestionada vía.

En fin, espero algún día pasar una Navidad al sur del sur, para comprobar si entre tangos y alfajores derretidos al calor del inclemente sol de verano austral, también los sonrientes muñecos de nieve deben ser refrescados cada tanto con un mate helado.


¡FELIZ NAVIDAD!

Fotografía "Río de luz" : rubenvirtual.blogia.com

Fotografía del tráfico en la autopista: blog.motorawords.com

miércoles, 5 de diciembre de 2007

CLIMAX CARACAS

CLIMAX - CARACAS Propuestas indispensables para conocer esta ciudad.

Los que quieran aprovechar estas fechas decembrinas para recorrer nuestra ciudad comiendo y bebiendo, ya tienen su guía. El equipo de la entusiasta editora Paula Quinteros acompañó al "hiperactivo y polifacético abogado" Pedro Mezquita a poner en blanco y negro -con divertido diseño gráfico- mil posibilidades de satisfacer cuerpo y alma si de degustaciones se trata.

Lo que más se agradece de esta guía de sabores, es que lejos de limitarse a restaurantes de moda, nos ofrece toda la gama de lugares que por diversas razones no debemos dejar de conocer. Desde típicas panaderías de canillas crujientes; pintorescos mercados populares donde las frutas brillan; tasquitas y mesones sin pretenciones de diseño, pero donde cuidan con esmero la sazón; hasta lugares trendy para satisfacer los gustos más fashion.

La fotografía que acompaña los amenos textos fue realizada bajo la dirección de Aníbal Mestre quien retrata rostros famosos y platos suculentos con igual maestría.

Mención especial merece la división territorial escogida para la fácil ubicación de los lugares. Todos los que habitamos este valle, sabemos lo intrincado de algunas de sus calles y la ausencia de señalización, de modo que, ¡se agradecen los puntos de referencia!

Para ilustrar las 3 grandes zonas de la guía (noreste, ciudad y sureste) seleccionaron las elocuentes fotografías aéreas de Nicola Rocco.

Así que se las recomiendo. Cuesta lo mismo que dos entradas al cine y cabe en la guantera del carro, en cualquier cartera junto al celular, al paraguas, al ipod; o en el morral. Definitivamente hay que tenerla a mano para descubrir ese restaurancito al que nunca has ido, o volver a visitar aquel donde comiste algo que quedó impreso en las papilas de tu memoria.

domingo, 25 de noviembre de 2007

UNA SIESTA BAJO EL SOL

6:00 a.m. Vanessa y Jonathan llegan al sótano del edificio después de recorrer a oscuras, la vía rápida que los comunica con nuestra ciudad. Pero es demasiado temprano para entrar a la oficina, así que como todos los días estacionan el carro, bajan un poquito el vidrio, reclinan los asientos y continúan el sueño interrumpido a las 4:30 a m. Viven en San Antonio de los Altos –ciudad dormitorio donde se duerme poco– y aunque entrada a la oficina es a las 8:00 am, me cuentan que si salen de su casa después de las 6:00 am llegan a Caracas a las 9:00 am, así que no tienen otra opción: completan en el carro el sueño inconcluso. Trabajan de día, estudian de noche pero a los 20 años, sobran las energías para acostarse después de cumplidas las dos jornadas; la reunión con los amigos y la cola de rigor para regresar a casa. Lo que también sobra, son las piernas de Jonathan que con su 1.92 m. de estatura, apenas tiene espacio para seguir durmiendo en el “corsita” blanco de Vanessa.

6:25 a.m. Cuando salí de mi edificio aún no había amanecido. Una tenue luz empezaba a ganarle terreno a la noche, pinceladas de azul claro comenzaban a teñir el Ávila. Debo decir que vivo en el punto mas alto de Los Samanes y esa vista es el primer regalo que me hace Caracas al despertar. El Ávila inmenso, en todo su esplendor definitivamente es una bella forma de comenzar el día. Pero lo que vi al salir, me conmovió mucho más.
Andrea tiene unos 5 años, carita menuda, cabello brillante atado con un lazo, uniforme escolar impecable -aunque un poquito arrugado por la incómoda postura- un par de piecitos descansan sobre el último escalón de la entrada y lo mejor de todo, una suculenta mejilla reposa sobre el plástico de su lonchera roja. Apenas 5 años y ya tiene que caerse de la cama a oscuras para ganarle al tráfico que la separa del colegio. En la mejor parte de su sueño infantil, la vuelve a despertar la corneta del autobús escolar. Con pasos cortos se aproxima a él y se sumerge en ese enorme contenedor de niños. Escucho sus risas y sus voces alegres mientras me dirijo a mi carro.


6:40 a.m. Cuando llego a la autopista los carros se amontonan en un rompecabezas gigante donde ninguna pieza calza, todas sobran. A mi lado una pareja conversa; otra discute. Los dos que van en la camioneta 4X4 –esa paradoja donde lo rústico se viste de lujo– ni siquiera se miran: ella se maquilla; él lee la prensa, habla por el celular y maneja de reojo. Mi pie izquierdo se duerme, siento un calambre, apenas hay espacio para cambiar de primera a segunda. Adelante va el autobús amarillo con Andrea y otros 40 niños trasnochados, a la derecha va un metro-bus cuyos pasajeros se desbordan por la puerta. Veo sus rostros cansados, aburridos por la rutina diaria del tráfico y del madrugonazo. Son las 6:55 a.m. y sumergida en esa cola recuerdo una frase hecha que por injusta detesto: “Los venezolanos son flojos” y pienso: ¡Que bríos!, ¡Seguramente se levantan de madrugada sólo para salir a pasear y disfrutar de esta colita mañanera!

12:00 m. La avenida Francisco de Miranda en el tramo comprendido entre Chacao y Chacaito está cambiando. Al caos cotidiano del tráfico, al humo de los autobuses, al incesante caminar de la gente, se unen las máquinas, los obreros, los conos anaranjados que impiden el paso. Una de las pocas obras de carácter urbano que se realiza en Caracas desde hace tiempo está en plena acción. La Alcaldía de Chacao está haciendo de este espacio tan transitado un nuevo bulevar para Caracas, con un proyecto ambicioso. Grandes aceras con espacio para caminar, para tomar café, para comprar la revista de moda o el periódico del día. Sin prisa, sin tener que pelear con el taxista ni mucho menos con el buhonero.

12:01 p.m. El sol arrecia, Julián se quita el casco protector, su franela anaranjada está llena de polvo y de sudor, de hastío y de cansancio. Su cabeza retumba después de cuatro horas empuñando el martillo neumático encargado de pulverizar el asfalto y dar paso a la nueva obra. La calle pierde lo que gana la acera y Julián, después de comerse un sanduche de mortadela y una coca cola, se acomoda tranquilamente sobre un pedazo de madera rústica bajo el único árbol que da sombra. Esa siesta es sagrada, nada la perturba, el mundo puede caerse a su lado pero él no se despierta, no se inmuta. Los peatones siguen su camino, si acaso, alguno lo mira con indiferencia, tal vez con envidia no confesa.

Siempre me llamó la atención esa forma de dormir despreocupada y a la intemperie de los obreros, pero ahora ya no es exclusiva de ellos. Cualquier espacio es bueno para recuperar el sueño perdido, o mejor dicho, arrebatado por la vorágine del tráfico y lo exiguo del tiempo.

domingo, 18 de noviembre de 2007

EN TRANVÍA A LA TIERRA DEL SOL AMADA

Tenía una deuda con mi hija que nació el 18 de noviembre día de La Virgen de La Chiquinquirá, pero finalmente pude llevarla a conocer Maracaibo.
Más de tres millones de maracuchos –y nadie sabe cuantos colombianos cedulados a toda carrera en la misión: “de aquí no me saca nadie”– y Maracaibo está increíblemente limpia. Y digo increíble no porque no sea posible, sino porque viendo como Caracas se nos llenó de basura a veces pensamos –injustamente- que en todo el país es así. ¡Qué equivocada estaba!

Como también me parece increíble que la rivalidad existente entre un alcalde oficialista y un gobernador opositor además de generar muchas polémicas internas haya servido para crear una especie de “sana competencia” que ha favorecido enormemente a la ciudad y como consecuencia, a sus ciudadanos. ¡Para que vos veaís! Y lo digo porque en Caracas pasamos 4 años viendo pelear al alcalde menor con el mayor como quien ve llover en Macondo, sin hacer nada pues y más o menos así seguimos. ¡Que molleja!

Bueno, en fin, no estoy aquí para hablar de Caracas –como casi siempre– sino de Maracaibo y de lo limpias que están sus calles, de lo agradable que fue recorrerlas y encontrar a su gente disfrutando del verde de sus parques y sus plazas disputándose con el sol todo el brillo y todo el color.
Entre las mejoras tangibles que ofrece la ciudad está un recorrido turístico en tranvía promovido por la alcaldía. En realidad es un autobús hecho a la imagen y semejanza de ese vehículo que transportó a nuestros abuelos hace ya bastante tiempo: asientos de madera natural; ventanales panorámicos; exterior pintado de rojo fuego y amarillo rabioso con eficiente aire acondicionado –como corresponde a esas tierras de Dios–, un chofer que además de conducir canta y declama versos propios y ajenos, junto a una maracaibera dispuesta a hacer reír hasta a los más estresados, si es que a esas alturas del Panorama todavía vuestras amarguras no se han disuelto al calor de esa sonrisa y de un cepillado de coco con leche condensada.

El paseo comienza en Lago Mall, el Centro Comercial que acaparaba la atención de todo el que quería ver y ser visto antes de que apareciera ese enorme imán para adolescentes de último modelo; adultos contemporáneos con celular idem; niñitos gritones y mujeres al borde de un ataque de compras; llamado Sambil. Nada nuevo tampoco bajo el sol zuliano, excepto que al lado del ketchup no sólo están las papas fritas, sino los patacones con sal. Pero sigamos con el viaje en tranvía.

La Avenida 5 de Julio en toda su extensión se muestra llena de hitos que identifican la ciudad y en la medida que la recorremos, los guías nos cuentan como cada una de sus edificaciones tiene una historia que contar y muchos records que batir. De ese modo, supimos que allí se encuentra el primer edificio con aire acondicionado que se construyó en Venezuela; una casa en la que se realizó un exorcismo y por eso no ha podido ser demolida (la imaginería popular no conoce límites); por qué Sears hace unos cuantos años fue la ruina de la clase media que allí aprendió a endeudarse, y un largo etcétera salpicado de gaitas y de anécdotas que prefiero no contarles para que no dejen de hacer ese mágico viaje la próxima vez que vayan a Maracaibo. Se lo recomiendo especialmente a los marabinos seguramente disfrutarán más de su ciudad de la mano de sus paisanos y con un guión escrito desde el corazón de una de las cronistas de la ciudad.
Claro que ir a Maracaibo y no pasar por lo que queda del barrio El Saladillo para sentir todavía la nostalgia de ese vacío que dejó la picota del progreso; disfrutar de las coloridas casitas de Santa Lucía; de la reluciente fachada de La iglesia de Santa Bárbara –azul intenso delicadamente bordado por blanco inmaculado– contemplar con asombro como la fachada casi austera de la Basílica de La Chinita contrasta con su interior abigarrado, y con la enorme fe de todo el que allí se cobija, es como no ir, pero tranquilos, que por allí también pasa el tranvía.
Uniendo una iglesia con otra se encuentra el Paseo de la Virgen, en un estilo que podríamos llamar arbitrariamente “Versallesco maracucho” –sin ánimo de ofender– ya que por si fuera poco la balaustrada verde inglés con bordes dorados que lo circunda, lo más elocuente fueron las palabras de Ricardo, un taxista simpatiquísimo y conversador que me dijo: “A mí me encanta este Paseo a pesar de todo lo que dicen en su contra, porque cuando uno camina por aquí es como si estuviera en Francia y no en Maracaibo” Otro itinerario del tranvía nos llevó mucho más lejos, casi fuera de la ciudad, al Planetario que se encuentra dentro del Parque Simón Bolívar, ¡que maravilla! 45 minutos de carretera limpia y bien asfaltada. Todo por un precio muy solidario hasta con el bolsillo más golpeado: Bs. 2.000 para los adultos, los niños pagan con una sonrisa.

En una de las salas del parque y teniendo como fondo una exposición nos esperaba el Ensamble de la Alcaldía, un sexteto formado por cuatro, guitarra, mandolina, percusión, flauta y un sobresaliente violín que llenó ese espacio de música venezolana muy bien ejecutada. Sólo una nota discordante. Un maestro de ceremonia ad hoc –ya que las condiciones acústicas de la sala no le permitieron descargarse con el bajo, su instrumento de reglamento– después de exaltar las virtudes del Ensamble y la labor didáctica que están ejerciendo en las escuelas básicas, dejó escapar esta perla: “Esta es la única música que nuestros hijos tienen que escuchar, ojalá se prohibiera difundir toda esa porquería que nos traen de afuera, pero eso ya queda en nuestras manos”. Cosas de la revolución, digo yo. Total, todos tenemos derecho a desafinar en algún momento.

La verdad es que ni siquiera un comentario tan infeliz pudo borrar la sonrisa que se empeña en ocupar mi boca cada vez que escucho nuestra música interpretada no sólo con técnica sino con pasión –y si no, escuchen a Huascar Barradas venido de esas tierras para alegrar éstas– mucho menos opacar la fuerza de ese Pajarillo que se fugó del corazón y voló en las manos de un joven violinista llamado Oscar que nació hace poco más de veinte años en la Tierra del sol amada.

sábado, 10 de noviembre de 2007

RE-LECTURA


Definitivamente la gente de RELECTURA se las trae. Fue tan exitosa la primera convocatoria del cambalache de libros que realizaron en agosto de este año, que se lanzaron otra vez y en esta ocasión, incluyeron un “bono extra” para los niños.

A pesar de que esta semana nuestra ciudad ha estado sacudida –y con razón- por varias marchas; de que hoy había en el parque del Este una feria del libro donde abundaban los textos sobre el “Che” y sobre “el proceso” y de la cuenta regresiva que nos quita el sueño, muchos amantes de la lectura acudieron a la generosa cita de cambiar libros leídos por otros ansiosos de posarse en distintas manos, de ser vistos por nuevos ojos.


Que rico fue buscar entre varias montañas de libros a nuestros autores o temas favoritos; sentarse tranquilamente a ojearlos junto a una “friíta” o una cubalibre escuchando buena música y compartiendo con los amigos que nos encontramos en la sede de la Fundación Cultural Chacao, ese edificio que asume con orgullo toda nuestra tropicalidad, sin falsos techos ni vidrios ahumados. Gentil espacio donde la brisa se mueve a su antojo sin barreras artificiales.

En estos infelices momentos en los que muchos luchamos por salir de esta especie de hueco negro en el que algunos quieren hundirnos, hay gente maravillosa que sueña, crea y hace realidad momentos para el disfrute, para el placer de leer, de compartir, de viajar a ese universo lleno de vida que está detrás de la tapa de un libro.

!Gracias!

sábado, 3 de noviembre de 2007

PON TU GOTICA DE SANGRE

A principios del Renacimiento los maestros florentinos dominaban el secreto matemático de la perspectiva y los flamencos el misterio alquímico de los pigmentos… así comienza la apasionante novela de Federico Andahasi “El Secreto de los flamencos” recordándonos la época en que los colores de los lienzos se hacían con pigmentos naturales y ostentaban nombres tan sugestivos como amarillo de Nápoles, azul de Prusia y Siena.

Más tarde los llamamos –según el círculo cromático–: primarios, secundarios y terciarios. A nuestros niños en el colegio se les enseña que los colores patrios son: amarillo, azul y rojo. Para darle más dramatismo: “amarillo del oro que prodigaba nuestra tierra a sus habitantes; azul del mar que nos separaba de la madre Patria España y rojo de la sangre que derramaron nuestros libertadores para liberarnos del yugo del Imperio español.” Sin embargo, en este momento en que para los jóvenes los colores son: yellow cian y magenta –porque de ellos se nutre el cartucho de tinta de la impresora– este gobierno se ha dedicado a vestir TODO lo que se le ocurre de rojo-rojito. Rojo sangre.

En fin, esta breve historia de los colores viene a cuento porque en el CELARG hasta el 11 de noviembre, hay una excelente exposición: “V Salón de Artes visuales DYCVENSA”, cuyo tema es ciudad, espacio y tiempo. En ella, un grupo de 30 artistas plásticos muestra lo mejor de varias disciplinas artísticas llenas de color, de actualidad pero también de miedo.
Es justo señalar que la muestra es muy variada en técnicas, formatos y propuestas, pero la obra que más me impactó fue realizada por Manuel Hernández, y es tan sencilla como contundente. Sobre un acrílico transparente de 90cm. x 60cm. se muestra una imagen de nuestra ciudad con el Ávila de fondo. Arriba, a la izquierda, a manera de “escudo”, se muestran 4 pistolas formando una cruz rodeada de puñales. Hasta allí, la sugerencia de la violencia como tema no es sutil, sin embargo, lo peor está por aparecer. Junto a la obra, en una cajita de acrílico se encuentran un montón de “gotas” o grupos de “gotas de sangre” elaboradas en vinyl autoadhesivo para que cada visitante lo ponga encima de la obra, donde mejor le parezca, convirtiendo así la creación individual del artista en una obra colectiva.


Cierto es que cada día las páginas de sucesos de nuestro país se llenan de crónicas rojas; que las cifras de muertos y heridos aumenta día a día; que la inseguridad se cierne sobre nuestras cabezas sin que el gobierno de turno-eterno haga nada para mejorar nuestra situación, pero que quede claro: no sólo en la calle, en los barrios, en las urbanizaciones, la sangre se derrama sin ningún control, también llegó a las galerías de arte de la mano de nuestros artistas.


http://av.celarg.org.ve/SalonDycvensa2007/PortalSalonDycvensa.htm

lunes, 29 de octubre de 2007

ENLAZANDO DESTINOS

En el caluroso agosto de 1989 Myron tiene 5 años, apenas está aprendiendo a identificar las letras pero para él hay una inconfundible; la primera que reconoce no es la M de mamá, es la M de Metro. Sus ojos se iluminan cada vez que se encuentran con una de esas enormes y amarillas M en su recorrido por nuestra ciudad. En el lluvioso agosto de 2006 Myron –quien ya es habitual usuario del Metro- regresa a su casa ubicada al sur de El Rosal desde La California donde vive su novia, en un subterráneo atestado de gente y de mal humor. No sólo el clima ha cambiado en Caracas –arriba y abajo- a través de los años. El Metro, nos da buena cuenta de ello.

En 1989 cuando el Metro era apenas un recorrido subterráneo de Propatria a Chacaíto y viceversa, Myron garabateaba sus primeras letras y en sus dibujos, siempre se destacaba la imponente M con la que aprendimos a identificar a esa suerte de progreso bajo tierra en que se convirtió el Metro para todos los caraqueños. Era tal su fascinación por ese tren emblema de la modernidad -juguete a gran escala- que su mamá lo llevaba de paseo para disfrutarlo juntos. Me cuenta que se iban los dos en un viaje de ida y vuelta, deteniéndose en cada estación, y que, una de las cosas que más le gustaba del recorrido era ver cómo la luz entraba a raudales en la estación Caño Amarillo para robarle de un solo golpe la oscuridad al vagón en que se encontraban. Entonces había sitio para todos, y era común encontrarse con usuarios primerizos y desorientados en busca de algún guía. Los parlantes vociferaban si algún usuario descuidado ponía sus zapatos sobre las paredes de la estación, o peor aún, si dejaba caer un papel al piso; encerrado en el vagón y a la vista de todos los que en ese momento lo acompañaban en el recorrido, una voz en off describía al trasgresor y todas las miradas desaprobatorias se posaban sobre él. Mucho se ha escrito sobre la incidencia de la normativa impuesta para los usuarios del Metro y cómo el mismo ciudadano se comportaba de forma distinta unos cuantos metros bajo tierra. Cuenta Tulio Hernández -en un artículo publicado en el diario El Nacional- que el novelista Manuel Vicent escribió una crónica describiendo el extraño fenómeno de una capital en la cual los mismos ciudadanos que en el subsuelo se comportan de forma civilizada y cuidadosa, una vez en la superficie se convertían en una especie de bárbaros trasgresores de toda norma de civilidad y convivencia. Y así pasamos a formar parte de la lista de grandes ciudades que cuentan entre sus medios de transporte masivo con esa serpiente metálica de sinuoso y rápido movimiento. Sus usuarios, cautelosos al principio, fueron acostumbrándose poco a poco a la idea de trasladarse de un extremo al otro de nuestra ciudad sin padecer el calor, el tráfico y las cornetas. En la estación Chacaíto una imponente escultura de Jesús Soto confunde los radiantes rayos del sol con varillas metálicas amarillo estridente; en Parque del Este nos reciben las grandes columnas de madera que creó el maestro Harry Abend y que nos invitan a mirar al cielo a través de un enorme techo de vidrio. Para experimentar apenas en minutos dos de las múltiples caras de nuestra ciudad, sólo basta con bajar unas escaleras en la Plaza Francia, dejar atrás el Obelisco que recorta el Ávila y recorrer el trayecto que separa a Altamira de La Hoyada.

Pero así como el Metro fue creciendo hasta llegar a Palo Verde y ramificándose primero hacia El Silencio y después hacia la Ciudad Universitaria, Myron también cambió de rumbo: un carro conducido por su mamá e interminables colas, fueron su compañía durante varios años todas las mañanas de una a otra loma del sureste. No sólo escribía y leía cada vez mejor restándole importancia a esa M de sus primeros juegos, sino que su vida de niño y adolescente se desenvolvió de un lado a otro de la ciudad pero sin necesitarlo. Fue como cuando dejamos olvidado en un rincón al que fuera nuestro juguete favorito porque ya estamos muy grandes para divertirnos con él. Durante todos esos años y en compensación a ese particular olvido, al Metro le llegaron miles de nuevos usuarios. Junto con la madurez, nuevas estaciones se fueron sumando y con ellas, una cantidad importante de ciudadanos se vio beneficiada. Arriba la ciudad hierve y abajo cada vez más gente aprende a desenvolverse con soltura en esa red que se va tejiendo poco a poco. Ahora la queja es que ya es insuficiente; de todas partes llegan los usuarios acalorados apurando el paso, porque el que no se pone las pilas para subirse de un tirón –aunque en ese movimiento empuje a unos cuantos– ¡se queda!, o peor aún, le sucede lo que vi con mis propios ojos: la turba enloquecida en sus dos corrientes -los que entran y los que salen- atropelló a una señora que gritaba desaforada porque una de sus piernas se atracó en la ranura entre andén y vagón. Yo me quedé paralizada, atiné a hacer nada y el pánico era, por supuesto, que el tren arrancara con la pierna de la señora hundida hasta el muslo. Menos mal que un hombre reaccionó rápidamente pisando con furia el botón de la alarma para impedir que aquel horror se concretara. Al fondo un parlante ronco anuncia: “Dejar salir, es entrar más rápido”. Hoy, un millón de almas recorre sus entrañas a diario sin pausa y con mucha prisa, cinéticas sombras se llevan todo por delante. Apenas hay tiempo para el beso furtivo de un par de estudiantes en el vagón, ella esconde sus recién estrenadas curvas –pero no su ombligo- en tela de camuflaje verde oliva y rosado fucsia y él, se enfunda en un bóxer tan grande como sus zapatos de goma pero menos evidente que su deseo. A su lado, una jovencita los mira de reojo, recordando que lo que lleva entre sus brazos es el regalo inesperado que le dejó un fugitivo primer amor. El aire se calienta y una señora cansada voltea su mirada. Tres niños llenos de tierra del Parque del Este se ríen con picardía. Otra muchacha se las arregla para amamantar a su bebé entre aquel gentío. Un oficinista hace equilibrio para leer el periódico y mantenerse en pie al mismo tiempo. Cuando el tren se detiene y las puertas se abren, la marea humana se revuelve, sus olas traen mil nuevas caras que arrastran otras mil pequeñas historias cotidianas. Alguien tararea el tema musical de una reciente telenovela. Caracas, ciudad bendita, ya no es posible concebirte sin el Metro.

Un buen día Myron se mudó del sureste a El Rosal y retomó sus andanzas en el Metro, morral al hombro y sueños en su cabeza de adolescente estrenando la UCV. Cuando se graduó de bachiller, se inscribió en la nómina de los usuarios habituales: de lunes a viernes, dos veces al día, con boleto azul y tarifa preferencial de estudiante. Algunas estaciones se las conoce de memoria: Chacao, Plaza Venezuela y Ciudad Universitaria por eso de los planos, las maquetas, los libros. La California, por aquello del amor. Fue justamente regresando de la estación que lo lleva hasta donde lo despiden con varios besos, que se paró a esperar el tren justo debajo de la video-cámara -“Es que ese el lugar es más seguro” me dijo, y fue allí donde se apareció aquel fulano con pinta de andar medio asustado, chaqueta azul y manos en los bolsillos. “Entonces, brother, ¿Cómo está la vaina?” Myron sabía que no tenía ninguna vaina que contarle a ese tipo, pero igual hizo como que sí, mientras rogaba que el vagón llegara rápido. La gente caminaba a su alrededor, incluso un par de policías uniformados; cuando los vio le dijo al malandro en su mismo léxico: “Pana, ahí hay un par de azules” –“Qué va mi pana, no te pongas cómico, que lo que yo tengo en esta mano es un yerro, así que dame tu celular y venga esa cartera, a ver si hay al menos para unas birritas, y de paso te informo, que allá arriba está mi hermano y ese sí que es mala nota.” Mientras abordaban el tren, el celular y la cartera cambiaron de mano, pero lo peor es que como el teléfono es de esos con cámara, el tipo ya sabía hasta de qué color son los ojos de la novia de Myron. Esta vez la falta de dinero obró el milagro, porque la cartera del estudiante estaba tan escuálida como la del malandro, así que éste se bajó en la próxima estación a buscar otra presa. Myron pasó de largo por Chacao por miedo a que lo estuvieran siguiendo y se bajó en Altamira, no sin antes voltear varias veces para atrás. Después de andar varias cuadras a pie, con la cabeza hecha un lío y el corazón a punto de salírsele del pecho, llegó a su casa; su mamá tenía el teléfono al oído y el susto le desdibujaba la cara. “¡Hijo, qué bueno que estés aquí, porque me acaban de llamar para decirme que te tenían secuestrado! ¿Qué broma tan pesada, no?

Hace poco tiempo estrenamos 4 estaciones en esta ciudad tropical donde todo se resuelve entre la lluvia y el sol. Pertenecen a una línea 4 al rojo vivo que sólo existe en los carteles que la anuncian como la gran obra del gobierno, porque en los planos, apenas se entiende como una prolongación de la línea 2 que corre paralela a la línea 1. Son amplias y un aire tecno marcado por paneles metálicos, barandas de vidrio y pisos rodantes las distingue del resto. No hay obras de arte ni escaleras mecánicas ¿por ahora?, pero están ávidas de ser descubiertas y transitadas como sus antecesoras. Los usuarios que las recorren se muestran desconcertados, y nos recuerdan a los que venciendo la incertidumbre que da lo desconocido se aventuraron hace casi 30 años, a transitar por la ciudad subterránea, la malquerida paralela. A Myron, después del susto del robo le costó un poquito volver al Metro, pero el primer amor siempre trae consigo una desilusión y aunque son diferentes los sabores que nos impregnan en la memoria, no podemos seguir adelante sin recordarlos, mucho menos, sin perdonarlos.

sábado, 20 de octubre de 2007

CARACAS ES UNA MUJER

Caracas es ancha, desprendida, desinteresada. Acostumbrada a que propios y extraños la recorran con prisa y sin pausa. Estas ideas revoloteaban en mi cabeza cuando leí unas sentidas palabras de María Fernanda Di Giacobbe: “...Y veo el cielo, la luz, las matas, la Universidad Central, las casas, el Jardín Botánico, la gente que estudia, los cocineros nuevos, los conciertos de los domingos en la Estancia, los nuevos platos y sabores, la brisa templada. Y sé que es mujer...”. Sus reflexiones me hicieron recordar una ocasión hace ya bastante tiempo, en que participé en una discusión acerca del sexo –que no del género– de Siena, una auténtica ciudad medieval enclavada en el corazón de Italia en pleno siglo XXI.
Ahora no recuerdo cómo, pero de tanto disfrutar Siena, de recorrer sus angostas calles, de sentir como el sol apenas se atrevía a entrar y a seguir el rumbo de cualquiera de ellas para iluminar esa maravillosa plaza en forma de concha marina que irrumpe inmensa en todo su esplendor, surgió una certeza: En Siena todos los caminos conducen a la Piazza del Campo, su centro, su corazón. Acaso Il campanille emblema fálico que la domina, sea prueba irrefutable de su sexo masculino. Al menos esa era la razón más convincente que argumentaba el profesor de literatura italiana quien se empeñaba en adjudicarle un carácter masculino a aquella ciudad amable, que ve pasar el tiempo sin apenas acusar recibo de ello. Desde entonces -y ahora soy plenamente consciente de ello- me dio por pensar en el sexo de las ciudades y por supuesto en el de Caracas. Apenas una excusa para comenzar esta reflexión.

Caracas nos acoge a todos por igual. Ya sea los hijos que ha parido en cualquiera de sus casi olvidadas esquinas y en sus múltiples laderas, o a los que viniendo de todos los rincones del país y viviendo aquí desde hace mucho tiempo, no la asumen como suya sino como una ciudad de paso -una ciudad prestada- de la que no tardan en huir a la primera oportunidad sin que les quede nada por dentro. Caracas se me antoja de una femineidad abrumadora, maternal, sumisa, tolerante, supeditada al Ávila, que se yergue imperturbable y protector.

Caracas como toda mujer que se precie, es contradictoria: verde y gris, del color que le preste la luz que la viste; alegre y triste, fiel y desleal, amada, acaso odiada, ahora temida, generosa, sin rencor. Estoica: ante la afrenta de la basura responde con una flor silvestre; en la barrera de concreto que rodea sus autopistas crece un verde imposible: la incipiente hierba se abre paso y provoca una sonrisa en medio del tráfico; el ruido de tantos carros no opaca el pregón del buhonero; ni siquiera el humo enturbia su imperturbable luz, cegadora a veces, cálida siempre.

“Y veo el cielo, la luz, las matas...” el Aula Magna, El Parque del Este, los niñitos con su lonchera como almohada cuando apenas amanece, un mercado ambulante en el tráfico: Coquitos, banderas, periódicos, piratería grabada en libros y cassettes, mamones o ciruelas según la temporada. La rápida transición de rojo a verde en una avenida alcanza para todo, hasta para un sencillo acto de malabares. Saltimbanquis urbanos y sonrientes pasan raqueta con su sombrero de colores, compitiendo en cada esquina con los vendedores de la suerte.

Y pienso: Caracas es una mujer, ancha, desprendida, desinteresada.

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