Mitchele Vidal | @imagenesurbanas

lunes, 20 de octubre de 2014

¿Ciudadano o analfabeta urbano?



La ciudad tiene su propio alfabeto y comienza con una ancha, iluminada, generosa A de acera. Debe seguirle la B de bancos. No ésos donde se transa con dinero sino aquellos para hacer una pausa en cada C de calle. A partir de este ABC se teje la trama del disfrute y de la seguridad ciudadana. Lamentablemente, en Caracas olvidamos nuestro ABC urbano. Lo perdimos y los ciudadanos no saben leerla. Mucho menos disfrutarla. Por eso la sufren. 


Para hablar de ciudad es indispensable hablar de aceras. Sin aceras no hay ciudad. La acera une los puntos. Propicia el diálogo entre parques y plazas. Acompaña avenidas. Corteja calles. Su carencia o su deterioro causan estragos en los ciudadanos. En la medida que escasean aceras aumentan los vehículos privados. Si a esta ecuación le restamos transporte público el resultado es catastrófico: tráfico e inseguridad vial. Un rompecabezas donde ninguna pieza calza, todas sobran. 

El peatón es el más vulnerable de los ciudadanos. Y en Caracas debe esquivar todo tipo de obstáculos. Unas veces basura. Otras, alcantarillas abiertas. En muchas aceras lidia con hongos de concreto armado que entorpecen la visual y los carros los arrancan de raíz, mostrando sin pudor acero retorcido. A veces nuestro peatón cree que alcanza un respiro, entonces, se le atraviesa un quiosco de periódicos, un buhonero, un tótem de publicidad o un árbol tan espléndido en verdes como renuente al corsé de concreto. Ahora corre un peligro mayor: los motorizados han invadido las aceras. Suben por las rampas para el acceso de personas con movilidad reducida convirtiendo a cualquier peatón en un minusválido. 


El transporte público es vocablo imprescindible para hablar de ciudad. De ciudad verdadera. De ciudad inclusiva. Si aplicamos la máxima “una ciudad próspera es aquella donde los ricos usan transporte público”, la nuestra es muy pobre. Paupérrima y religiosa. Porque en Caracas quien espera un autobús reza. Reza para que no venga tan lleno. Reza para que no lo asalten. Pero sobre todo reza para que llegue. La ruta de nuestros autobuses no la trazan alcaldes ni institutos autónomos sino la adrenalina caribe de un chofer y su sound track reguetonero. Y el Estado, en lugar de poner el acento en el transporte público, subraya el transporte privado en un país donde la gasolina es más barata que el agua. El gobierno otorga créditos para adquirir motos y carros y construye viviendas sin estacionamiento; en un país donde el automóvil no es solo un vehículo de transporte, es un símbolo de estatus. 


Las motos se han multiplicado por miles en una oración que conjuga emprendimiento y delincuencia. Cuándo se convirtieron en transporte escolar? ¿Cuándo en transporte de carga? ¿Qué imperiosa necesidad empuja a una persona a exponer lo más sagrado que tiene —sus hijos— a un peligro sobre dos ruedas? 


Tenemos que reaprender nuestro abecedario urbano. Las aceras son del uso exclusivo de los peatones. Los semáforos no son un insulto, son un acuerdo. El paso cebra no es una grosería sobre el asfalto. La luz de cruce es un dispositivo de aviso, no una súplica, un clamor intermitente para que los motorizados nos permitan cambiar de canal. Tenemos que enseñarles a los padres que los niños no deben ir en moto y que las aceras no son una extensión de la calzada. Necesitamos un alfabeto común. Legible y respetado por todos los ciudadanos. No vocablos aislados. Nos urge un punto y seguido entre las 5 alcaldías; no un punto y aparte. 

Debemos reaprender nuestro abecedario urbano. Nuestra ciudad se ha convertido en una sucesión de X imposibles de despejar.

domingo, 19 de octubre de 2014

Jardín botánico, el pulmón ucevista

La Universidad Central de Venezuela es tan completa, tan generosa repartiendo conocimientos y experiencias que además de la Ciudad Universitaria le regala a Caracas, uno de sus pulmones vegetales. Estoy hablando del Jardín Botánico.

Un parque de 70 hectáreas llenas de un verde espléndido durante todo el año. Uno de esos lugares de Caracas visto por muchos y visitado por pocos. Solo una reja lo separa de la autopista y el rumor de los carros puede oirse desde allí, pero no molesta, la verdad, porque la magnificencia de su vegetación es tal que uno se olvida del vecino tráfico.

El Jardín Botánico -abierto en 1958 gracias al trabajo minucioso y profesional del Dr. Tobías Lasser, el horticultor suizo, August Braun y el jardinero Pedro Naspe- es un sitio ideal para pasear, descansar, correr o simplemente caminar contemplando nuestra bella naturaleza. La dimensión de sus árboles asombra, incluso a caraqueños acostumbrados a los árboles del Parque del Este, porque aquí son más altos y más imponentes.

Me llamó mucho la atención que la senda principal esté asfaltada porque en algunos sectores se ve, que el pavimento anterior, constituido por piedras, se encuentra en muy buen estado. Considero un error haber cubierto el pavimento original por asfalto pero sus razones tendrían y espero averiguarlas.



Como todo espacio creado y dedicado a brindar conocimiento tiene un edificio donde se encuentran aulas, archivos, espacios administrativos y un acogedor auditorio. Todo impregnado por el lenguaje del más universal de nuestros arquitectos: Carlos Raúl Villanueva.




Así que te recomiendo lo visites. Es una excelente opción de fin de semana. Eso sí, cero música a todo volumen y demás actividades que perturben la paz de este ecositema constituido por más de 2.500 especies vegetales y quién sabe cuántas animales. La entrada es baratísima: Bs 15 (en este momento 0,15$) y con este ínfimo pago contribuyes a la manutención de un parque digno de ser admirado por propios y extraños.

jueves, 16 de octubre de 2014

¿Debe la arquitectura modificarse por el mercadeo?

Ya hace tiempo que la torre del Banco Provincial -mejor conocida por las siglas de su casa matriz expañola, BBVA- cambió la fachada de su sede principal, o mejor dicho, sus colores, para vestirla con "los colores corporativos".

Aunque en Caracas hay miles de temas más importantes (y en este blog hemos tratado muchos de ellos) llevaba tiempo queriendo abordar este, porque considero que modificar así uno de los edificios más emblemáticos de las última décadas, no debería pasar desapercibido,

Estoy hablando del poco respeto que tienen propietarios, copropietarios, inquilinos y residentes de un edificio, por mantener y conservar el espíritu -por qué no llamarlo así- de las edificaciones que habitan.

Este edificio del que, lamenteblemente, desconozco sus autores, fue objeto de una modificación significativa. Originalmente los elementos que destacaban en sus cuatro fachadas -unos paralelepípedos blancos sobre  fondo oscuro- fueron revestidos totalmente de azul en degradé: el color que identifica a esta institución financiera. Los antepechos de los pisos inferiores también fueron alterados con la misma monocromía.

Mi pregunta es ¿por qué cambiar las fachadas de un edificio para ceñirlo al molde del mercadeo? ¿No es suficiente la profusión de avisos publicitarios; el letrero de la cúspide; los uniformes de los empleados y un largo etcétera, que no voy a enumerar aquí, para que el público identifique "la marca"? ¿Fueron advertidos, consultados, llamados, los arquitectos antes de acometer este cambio radical?

¿Hay antecedentes a esta acción?

Cuando pienso en edificios "corporativos" vienen a mi mente locales comerciales; acaso pequeños edificios que llevan impresos en sus fachadas rótulos, logos, símbolos gráficos propios de una marca, pero en este caso se trata de una torre de 40 pisos cuya impronta era, precisamente, esa volumetría en blanco y negro.

Pienso que si algún día el Banco de Venezuela compra, pongamos por caso, la Torre América (mejor conocida como la mazorca, por sus ventanitas amarillas) y se le ocurre pintarlas todas de rojo ¿qué diría su autor, el arquitecto Carlos Gómez de Llarena? 

El color también es parte de la arquitectura.  No serían iguales las casas de Luis Barragán si en lugar de llevar esa paleta tierra, roja y amarilla fueran azules sus muros.

Ls caraqueños estamos sordos de tanto ruido visual. ¿Puede la "imagen corporativa" deformar la arquitectura? 

Es solo una pregunta.


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